EUFEMIANO
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Biografía   5/5
 

Mayo 1995, en su estudio de Madrid, pocos meses antes de fallecer
  Comienza así, a mediados de los años '70, el veinteno de máxima madurez de Eufemiano. Explora en profundidad el campo del grabado, estudiándolo con máxima seriedad, produciendo una breve más significativa serie de aguafuertes y barnices blandos. A pesar del gran interés que este medio le suscita, a fin de cuentas le ocurre con él lo que le ocurriera antes con el dibujo, o con el paisaje (reducido, a este punto de su carrera, a meros 'ejercicios de dedos' estivos): todo aquello que no sea pintura de caballete se convierte en insufrible gabela sobre sus horas de pintor, que sabe limitadas. Su tiempo vital llama a la concentración, porque es bien consciente de lo que quiere. Y a la pintura se consagra con renovada intensidad quien ha sido ya pintor profesional a tiempo completo durante toda su vida adulta. Devienen 'normalidad' de su producción lo que antes fuera desafío aislado y excepcional: las figuras dramáticas, de rico simbolismo ya casi onírico –los maniquíes de varios tipos, las armaduras–. En lo semántico, vale la pena señalar la sostenida presencia de símbolos de castigo y constricción –el alambre espinado, la atadura, la desnudez expuesta y vulnerable, la máscara, la mutilación…–, casi como declaración paradójica, triunfante, de que el suyo es un camino doliente hacia la libertad. En la frontera entre lo semántico y lo compositivo, sus encuadramientos austeros comienzan a explorar sistemáticamente cortes poderosos, decididos, que configuran el campo del cuadro como una ventana que pugna por contener a duras penas una fuerza icónica que lo desborda. En algunas obras, el 'corte' se desplaza del confín del campo a su interior, integrando en la composición 'lo no acabado', apenas manchado o, incluso, 'lo no tratado', el desnudo material de la base. En la dimensión técnica, Eufemiano lleva aún más lejos su recorrido de investigación, con una captura de la luz y del volumen probablemente sin precedentes en la historia de la pintura occidental –como demostración paradigmática de este resultado, véase su formidable 'serie sobre una armadura', que materializa el proyecto pre-adolescencial de 'ser escultor' mejor de lo que ninguna escultura 'real' hubiera hecho–. De cualquier manera, el énfasis en la composición es siempre el vértice de su proyecto: combinada con las exigencias técnicas que asume, dilata los tiempos de producción a niveles declaradamente 'escultóricos' –con frecuencia, muchos meses por óleo–. Casi sin excepción, cada cuadro plantea un desafío importante, y Eufemiano los va resolviendo. Progresivamente, sus obras han llevado al extremo su marcada preocupación por la composición abstracta: más allá de su excepcional fidelidad semántica a una realidad que no existe, son siempre inmediatamente legibles como manchas, luces, sombras, trazos, volúmenes, vacíos… Se imponen como conjuntos de trabazón interna rigurosa, precisa, donde cada parte desempeña un papel indispensable en el equilibrio y en el valor del todo. Composición refinada que logra relativizar todas las dimensiones de la pintura; su maestría creciente sabe aspirar al extremo, pero sabe también detenerse antes de llegar a él. Sus acciones compositivas son 'casi' absolutas, y en ese 'casi' cifran su capacidad de romper categorías, de cautivar y desestabilizar al espectador. Sus obras no sólo configuran una 'lección de pintura', sino también de forma mucho más importante –pues muchos más numerosos son los espectadores–, una 'lección de mirada', cuyos beneficios recogerá quien, tras enfrentarse seriamente a esos cuadros, contemple de nuevo el mundo circundante.

Eufemiano produce estos lienzos difíciles –en todos los sentidos del término– dentro de un proyecto personal que ya no es ni remotamente público o comercial; ni aspira a honores, ni a riquezas. Su introspección profesional aumenta más y más, en parte por la liberación de responsabilidades que ha comportado la evolución de su familia (viudez, emancipación de sus hijos), en parte por su transformación interna y su escepticismo ante las formas culturales dominantes, en parte condicionado por este modo de producción casi imposible. Renuncia a las exposiciones; reduce los contactos con el ámbito artístico; pinta sobre todo para construir un conjunto de pinturas que hable a un mundo que está por venir. Mantiene, eso sí, un contacto didáctico regular con un grupo de pintores no profesionales, a quienes continúa guiando.

En la primavera de 1995, un grave accidente en el que pierde la visión de un ojo lo aparta repentina y definitivamente de la pintura. Seis meses después, se apaga sin aspaviento. Su personal amalgama de proyectos inculminables, de escultura no esculpida, de retrato del hombre a través de objetos interpuestos, de independencia pública y privada, de exilio sin retorno posible de la Marchena materna, de combinación autocontradictoria de opuestos (objeto frente a personaje, mundo interior versus mundo externo), de vaciado de semánticas aparentemente excelsas, de abstracción inconfundiblemente contemporánea, de exaltación de los instrumentos gramaticales de la tradición histórica, de contrastes extremos en extremo equilibrio, está cumplida, materializada en una serie de pinturas, o quizás cabe mejor decir en una atrevida y provocadora secuencia de pensamientos pintados.

Ahí perduran, y dicen inconmensurablemente más que cualquier semblanza.



 
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