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El Nuevo Realismo y la Escuela Sevillana
  Noviembre 1986
Ateneo de Madrid


Este del realismo nuevo (un realismo que al extremarse llamamos hiperrealismo) debe ser uno de los fenómenos más característicos del arte del momento. Inmediatamente después de las abstracciones y del «pop» (no incluimos el «op-art» porque éste puede ser, a su manera, un hiperrealismo también), y hasta se diría que como una revancha de las imágenes de lo cotidiano sobre un «art pour l'art» tan experimental como antinaturalista, surge el realismo nuevo como una exigencia de testimonio de la vida diaria y sin duda que también como una crónica surreal de los sueños. El «pop-art» había sido una especie ultrarealismo objetivado en los desperdicios de la sociedad de consumo, en sus signos y símbolos de mercado,y desde su exacerbado testimonio no era difícil presentir la inmediata necesidad de una pintura que reencontrara los sucesos más literales de la ciudad v del hogar; también los enigmas pormenorizados en imágenes de la imaginación (recuerdos, presentimientos, etc.). Iba a tratarse, además, de un reencuentro con las disciplinas más rigurosas del oficio, soslayadas mucho tiempo en gracia a la espontaneidad del genio y al automatismo plástico. La reacción  ha sido, a veces, aireada en su complacencia de lo detallístico. Pero, en general, el nuevo realismo ha supuesto un reencuentro cordial con nuestra peripecia cotidiana, un testimonio de nuestro estar en el mundo. No parecía lógico que en tiempos de exaltación humanística el arte anduviera extraño a su misión de crónica de las gentes. Así, el nuevo realismo ha hecho del hombre su gran objeto, buscándolo y encontrándolo en los lugares donde habitualmente vive, muchas veces sorprendiéndolo en la intimidad de su cuerpo y de su alma. Este nuevo realismo no quiere complacerse en las tradicionales suntuosidades del realismo histórico; se propone, por el contrario, aplicar la suntuosidad de sus medios expresivos las cosas menos magníficas y más grisáceas. Frente a la magnificencia, lo anodino; en vez de la dorada memoria de los grandes hechos, la particularísima noticia humana. El nuevo realismo opone al eros de lo sensual convencional el eros de lo irrelevante y de lo modesto. La historia de un hombre cualquiera importa aquí más de que la historia del héroe. Un patio de vecindad, unas postales familiares, los objetos que cada día se nos corroboran ínfimos pero útiles, se prefieren al ocaso opulento de los paisajes de ayer, en los que el sol moría siempre como un príncipe en su lecho de oro y púrpura. Hoy, en este realismo, los que mueren son gentes anónimas, perros, cacharros, y el sol es simplemente una feliz oportunidad de claridad y tibieza, o una oportunidad de tristeza y crueldad, depende de lo que alumbre o caliente. Otro de los ingredientes de este arte riguroso es lo surreal: el pintor neorrealista se complace en desconcertar lo acostumbrado sacándolo de su archisabida realidad y convirtiéndolo en una sorpresa. Después de un largo período ayuno de sueños, los sueños vuelven a señorear nuestros pasos.


Y no ha de parecer extraño que, entre nosotros, el realismo nuevo haya tenido una fuerza y un acento muy peculiares en Andalucía, en Sevilla sobre todo. Estos jóvenes pintores que hemos traído a la Sala de Santa Catalina del Ateneo madrileño son, en su mayoría, andaluces; otros, aunque no sean andaluces de nacencia, lo son de educación artística, se han formado en Sevilla. Ciudad, por cierto, donde (en el siglo XVII, con Velázquez, Zurbarán, Murillo, Valdés Leal) se propuso a la gran pintura que impreganba  de oro y sensualísimas glorias el momento una ascésis de realidad. Al lujo despampanante del barroco opone Sevilla un aguador del pueblo, unos cacharros, un hogar pobre y pulcro, unos gusanos prevaleciendo sobre las ricas telas y los ricos metales. Ahora, tres siglos después, otros pintores andaluces quieren consagrar la realidad. A los esteticismos del «arte por el arte», dignísimos sin duda en su experimentación creadora, el nuevo realismo opone la crónica de nuestra vida cotidiana, el testimonio de nuestros compromisos.


A. M. CAMPOY


Apariciones en medios

ABC
Obras expuestas            
1977 · Madrid
Autorretrato
(31,5 x 24,5 cm)
EWV1076
 
             
 
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